por Mª Teresa Álvarez
Llegamos a este mundo como seres esenciales y con una pregunta en el corazón: ¿Qué tengo que hacer para que me quieran? Sentirnos queridos, amados, bien mirados, no juzgados… sentirnos validados por ser quienes somos, sin tener que hacer ningún esfuerzo para agradar o conseguir algo… fluyendo con la sencilla Alegría de Ser.
A lo largo de la infancia vamos creando nuestro carácter, y, al mismo tiempo y sin darnos cuenta, vamos escondiéndonos, avergonzados, detrás de esta máscara, como si algo estuviera roto dentro de nosotros o fuese tan feo que no nos atrevemos a mostrar, a dejar al descubierto. Vamos con el miedo a que los demás se den cuenta de ello y puedan criticarnos o acusarnos de tener dentro algo así… Y así va creciendo nuestra sombra, gastando gran parte de nuestra energía en este esfuerzo entre ser y no ser, mostrar y no mostrar.
Pasamos la adolescencia como quien atraviesa una tormenta y llegamos a la edad adulta creyendo que nuestro modo de ver y vivir la vida es el adecuado, apoyados a menudo en una falsa seguridad, y a veces lo es y otras veces no lo es. Esto nos sirve hasta un determinado momento si antes no se han puesto en cuestión nuestros cimientos. Entramos en crisis.
La crisis se va tejiendo lenta y silenciosamente. Los viejos patrones poco a poco van cayendo, tratando de seguir encajando en una realidad que es cambiante: yo cambio, no soy la misma niña, ni adolescente, ni siquiera la que era hace 10, 5, 2 años o unos meses… mis circunstancias cambian, mis prioridades cambian y mis necesidades también.
Desacostumbrados a mirar para adentro, vivimos muchas veces cargando con esta angustia y ansiedad de no poder ser quienes realmente somos, tratando de rellenar de mil formas diferentes ese vacío que nos acecha, y empeñándonos sin éxito en seguir validando nuestras viejas creencias, las estrategias antiguas… Resulta que algunas cosas que le valieron al niño, a la niña que fui, no siempre le sirven al adulto en el que me he convertido, y entonces nos encontramos con que hay que revisarse, mirarse, bajar al trastero a limpiar, ordenar, reciclar o tirar…
Nunca es tarde para PARAR, mirarse, cuestionarse, revisarse… ¿Estoy viviendo en mi presente o más bien estoy en las heridas del pasado…? ¿Habito mi cuerpo disfrutando del día a día o mi energía está más puesta en lo que va a acontecer?
Y si en tu reflexión descubres que hay muchos reproches, que sigues en conflicto por ser como eres, no esperes más para dedicarte una Buena Mirada, una mirada amorosa, comprensiva y compasiva. Porque la vida sigue ocurriendo a cada rato. Nunca es tarde. No importa la edad que tengas o lo que hayas vivido. Prueba. Es un buen calmante para el alma y una buena forma de descansar el corazón.
Te dejo un texto para la reflexión junto con este deseo:
Cuida bien de este día, no dejes pasar ni uno más sin dedicarte una Buena Mirada.
Este breve texto abre el «Diario de un poeta reciencasado» de Juan Ramón Jiménez:
SALUDO DEL ALBA
¡Cuida bien de este día! Este día es la vida, la esencia misma de la vida. En su leve trascurso se encierran todas las realidades y todas las variedades de tu existencia: el goce de crecer, la gloria de la acción y el esplendor de la hermosura.
El día de ayer no es sino un sueño y el de mañana es sólo una visión. Pero un hoy bien empleado hace de cada ayer un sueño de felicidad y de cada mañana una visión de esperanza. ¡Cuida bien, pues, de este día!
(Del sánscrito.)

